“Líbranos del Mal”
Depende de la protección del Padre...El mundo está lleno de amenazas y peligros; y millones viven atemorizados. Temen a la ruina financiera, a ser víctima de un ataque terrorista, al calentamiento global, a las enfermedades infecciosas, a la muerte, al divorcio, a la soledad, al descrédito y la calumnia, al vandalismo, a lo desconocido. Aunque muchos temores se basan en conjeturas, existen amenazas reales que no podemos ignorar. En cualquier caso, el mal es real.
¿Qué es el mal? Es todo lo que sea dañino en su influencia o impacto sobre lo físico, emocional, moral, ético o espiritual. El mal representa a lo destructivo, perjudicial, inútil, incapaz, lo que genera dolor y tristeza. Hay males que atacan el cuerpo’ hay males que afectan nuestras emociones y nuestro espíritu, otros buscan debilitar tanto nuestro equilibrio mental como nuestra fe; también los hay que perturban nuestras relaciones con los demás; hay males que dañan, ambos, el ambiente local y global.
¿Cuál es la fuente del mal? El diablo es definitivamente su autor. Detrás de los eventos que nos causan aflicción está su mente vil. De hecho, casi todas las versiones modernas del Nuevo Testamento traducen esta parte de la enseñanza de Jesús sobre la oración así: “Líbranos del maligno” (Mateo 6:13). Cuando Adán y Eva tomaron la decisión de escuchar al diablo en lugar de obedecer a Dios, el mal vino a reinar en el mundo. La vida humana, que Dios quería que fuera interminable, llegaría su fin ante una muerte inevitable. Satanás ganó esa batalla y reclamó su lugar como príncipe del mundo.
Nunca desestimemos el gran poder de nuestro enemigo para hacer mal. Pero tampoco exageremos sus capacidades, ni pensemos que puede hacer todo lo que le plazca. Él tiene poder para dañar, pero Dios, su Creador, pone límites a sus acciones e intenciones, y puede deshacer sus obras. Dios le establece restricciones, le pone condiciones, estorba sus planes, envía ángeles a hacerle frente; especialmente a favor de quienes claman a Él como su refugio y esperanza.
Algunos piensan que los creyentes están destinados a ser inmunes a muchos de los problemas del mundo y que ello pone límites al poder de Satanás. Se han levantado maestros falsos enseñando lo que el Apóstol Pablo denominó “otro evangelio” (II Corintios 11:4)—según el cual, al convertirnos en hijos de Dios, todos estamos destinados a la prosperidad material, la salud perpetua, y una vida de milagros sin fin. No pocos llegan a la conclusión de que algo debe andar mal en sus vidas, o que simplemente no tienen la fe suficiente como para agradar a Dios. Muchos acaban confundidos, desanimados, apagados, frustrados, resentidos, sin paz, deprimidos, a punto de renegar de la fe (y muchos lo han hecho).
Por otra parte, Jesús también hizo a Sus discípulos una advertencia que aplica a cada uno de sus seguidores: “En el mundo tendréis aflicción”. (Juan 16:33) En ese sentido, hay muchos que ante cada situación trágica están prestos a decir: “Esta es la voluntad de Dios, y yo tengo que aceptarla”, “Me resigno a lo que Dios el Padre me ha enviado”. Lastimosamente, para muchos creyentes, esa forma de pensar, se convierte, virtualmente, en una condición de vida. Son víctimas de la maliciosa idea de que Dios los ha destinado a llevar una existencia de sufrimiento y que, por lo tanto, deben aceptar con resignación su destino. Satanás se deleita ante el sufrimiento humano; y mucho más si los creyentes dudamos de la capacidad de Dios para librarnos del mal.