“Danos Hoy Nuestro Pan De Cada Día…”
Un día a la vez...Todavía recuerdo con claridad la imagen de un hombre que vivía en el barrio donde pasé los primeros años de mi vida. La gente lo llamaba “el caníbal”. Era un individuo de baja estatura, cabello negro abundante, piel blanca, cara redonda y rostro sonriente. Nadie podía imaginar que fue capaz de hacer lo que se decía de él.
El hombre había estado varias veces en la cárcel acusado por robo; hasta que finalmente encarcelado en una terrible prisión, llamada El Dorado, ubicada en la Amazonia venezolana. Allí enviaban a los criminales más peligrosos. La cárcel se encuentra en una jungla remota, rodeada de ríos infestados de pirañas y lagartos. La gente decía que huir de esa cárcel era casi imposible; sin embargo, él escapó con otros dos reos.
Cuando fue capturado, al contar la odisea que él y su compañero vivieron para escapar de la prisión, trascendió una terrible verdad: el hambre casi los volvió locos y, para sobrevivir, mataron a uno de sus compañeros y comieron parte de él. De allí en adelante, hasta su muerte, todos lo conocieron como “el caníbal”.
El hambre es una de las sensaciones más fuertes que un ser humano puede experimentar. Cualquier otro apetito o deseo pierde relevancia ante la necesidad de comer. Dios lo sabe; Él nos creó con esa necesidad fisiológica. Jesús también lo sabe; durante sus días en el desierto, antes del comienzo de su ministerio terrenal, Él experimentó la ansiedad que generan el hambre y la sed.
Los seres humanos somos únicos en el universo. Dios creó millones de especies animales con formas y tamaños diferentes, pero sin la capacidad para razonar o tener juicio moral y emociones complejas, como los humanos. A los ángeles los creó como espíritus. Sin embargo, Dios equipó a los seres humanos con mente de inteligencia superior y almas capaces de apreciar lo divino—y nos dio también un cuerpo. El cuerpo nos hace diferentes a los ángeles.
En una reacción extrema a la enseñanza del Apóstol Pablo de que los creyentes debemos poner “la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra” (Colosenses 3:2), hay personas que tienden a desvalorizar al cuerpo humano, y llegan a pensar que, esencialmente, este es malo o, como mínimo, de poca importancia. Pero la Escritura no enseña eso. Jesús mismo valoró el cuerpo humano como una de las mejores creaciones de Dios. Él lo demostró cuando asumió la forma corporal del primer Adán.
La realidad es que el cuerpo humano, maravillosamente diseñado por Dios, necesita alimento para subsistir en este mundo. Muchos han preguntado ¿por qué Dios no nos creó con la capacidad de existir sin necesidad de alimentos? En esta, como en otras interrogantes similares, sólo se puede responder de la siguiente manera: Tanto la sabiduría como la soberanía de Dios son absolutas. En el caso del cuerpo, como en cualquier otro, Él sabía lo que hacía y por qué.
Antes de pecar, Adán no tenía necesidad de pedirle a Dios el pan de cada día; le estaba garantizado. “Y el Señor Dios hizo brotar de la tierra todo árbol agradable a la vista y bueno para comer. (Génesis 2:9) Había allí árboles que él no plantó, un huerto que no cuidó ni regó, todo al alcance de su mano. Sin embargo, había un árbol cuyo fruto les estaba prohibido; y Adán y Eva, ejerciendo el libre albedrío que se les dio, comieron del fruto. Ese acto de desobediencia complicó todo, porque Dios maldijo la tierra (Génesis 3:17-19), y el pan de cada día se volvió escaso y trabajoso de conseguir.